14 abril 2009

Semana Santa I

Estas han sido unas vacaciones en familia, al menos con todos los que ahora componemos la familia. Hacía años que no coincidamos y también mucho tiempo que no visitábamos la casa de la playa. Al principio me pareció una buena idea; familia, sol, descanso… una buena huída de mí misma que es en lo que se está convirtiendo mi vida últimamente. Lo que sea, con tal de hacer que la vida pase sin tener tiempo para pensar, para añorarle…. Pero el caso es que al final siempre hay ocasión para estar con una misma, y no ha sido tan buena idea como parecía.
Han sido días duros, muy duros. No he podido hacer nada para quitármelo de la cabeza. Porque puede que haya aceptado que lo nuestro ha terminado, pero sigo amándole, viendo en él todas las cosas que siempre he buscado, viendo a mi compañero, a mi complemento. Y por eso cada lugar, cada cosa que hacía, veía o pensaba, me lo recordaba y se convertía en un cuchillo clavado en mis entrañas, porque él no estaba.
Así me he sentido todos estos días, como un espectro con el cuerpo en un lugar y la mente muy, muy lejos… pero intentando en todo momento ocultarlo, tragar el dolor y las lágrimas, para no entristecer a la gente que me quiere.
Sólo una vez se me saltaron las lágrimas... cuando un amigo me comentó oye, tienes que decirme qué ha pasado con vosotros porque no me lo explico”. Los ojos se me anegaron y evité dar explicaciones que yo misma no tengo. Cómo hubiera necesitado que él estuviera allí a mi lado y me diera un abrazo… y sin embargo tenía que explicar precisamente, porqué no estaba. Sólo supe decir “nada, que se terminó… Si quieres algún porqué llámale a él y que te lo cuente, porque yo aún no lo sé”. Me sentí morir. Sin más. No se habló más del tema… como me verían.
El resto de los días, más de lo mismo. Cada vez que tomábamos el aperitivo recordaba nuestras mañanas en la terraza del hotel cercano a casa, junto a la playa, haciendo eso mismo… descubriendo esa ensalada que tanto nos gustó. Y para más INRI justo en ese momento comenzó a sonar El Canto del Loco, con la que para mí es la última canción que escuchamos juntos… no sé si los astros se pueden conjugar para hacer que alguien se hunda por mucho que se esfuerce en sacar la cabeza del lodo y respirar, pero juro que en estos días lo intentaron.
No visité “los Castillitos” con el resto de la familia, porque me consideraba incapaz de volver allí, al menos de momento. Y aún sin verlos, mi memoria se llenó de recuerdos de nuestra primera visita a esas tierras, cuando aún nos estábamos conociendo, cuando todavía no sabía si ese hombre que quería estar a mi lado curaría mis heridas, esas que curó y ahora se han vuelto a abrir con su marcha.
El domingo desayunamos chocolate con churros… mientras bebía un sorbo, de repente, me ví con él en Segovia, en una chocolatería, justo cuando comenzó la separación… y no pude terminar de desayunar. El estómago se me encogió y supongo que un derechazo en el esternón no duele mucho más que la sensación de ahogo y presión que me invade cuando me asalta así algún recuerdo tan vívido.
Joder!, veo que estoy convirtiendo este blog en el diario de una palurda, con tanto relatar qué coño me ha pasado estos días… pero es que le echo de menos y no puedo ni decírselo. Ni el consuelo de ponerle un sms o llamarle me queda, porque tampoco quiero herirlo… sólo el de bloquear mis sentimientos, adormecerlos, embotar la mente con frenéticas actividades... Y a veces, como ahora, ni siquiera eso da resultado. Por eso me veo vertiendo esos sentimientos aquí, para que le lleguen a nadie, al olvido, para sacarlos afuera pero sin molestar… sin que nadie sepa qué siento, qué sufro…
Porque mi postrera forma de quererle ha sido dejarle marchar. Y mi tormento diario, no decirle que aún le amo.

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